Mariano Madrid, "In
memoriam"
Se
va a descubrir a continuación una placa con el nombre de nuestro
compañero, nuestro
profesor, nuestro amigo, Mariano Madrid
Castro, en esta clase en la que él pasaba tantas horas. Es otro
signo más del
homenaje que la comunidad educativa quiere hacerle en este día
en el que, cuando
comenzamos la andadura de este nuevo
curso, tanto le echamos de menos. Es verdad que nuestra tristeza se entrevera
con sentimientos y con emociones muy
diversas. Destaca hoy, por encima de todos, el cariño que le
profesamos y la
solidaridad humana profunda que ofrecemos con toda sinceridad a sus familiares, especialmente a su esposa y
a sus hijos.
Quisiera,
seguidamente, hacer una breve semblanza del profesor,
y también algún apunte acerca de la
personalidad de quien fue, más que mi compañero, mi amigo
Mariano, con el cual
tuve el privilegio de compartir tantos momentos, así como
algunas inquietudes:
Ante todo, se trataba de un
estudioso. Las lecturas se le amontonaban sin que el día le
suministrase horas
suficientes para poder atenderlas. Doctor en filología
clásica –yo diría que
había hecho del clasicismo un estilo y una norma de vida–,
catedrático de
Latín, profesor asociado de la Universidad a Distancia y autor
de numerosas
publicaciones en español y en alemán. En algunas
ocasiones me habló acerca de
sus investigaciones sobre la figura del Beato Baptista Mantuano:
virtuoso y
erudito monje carmelita que vivió entre los siglos XV y XVI.
Sobre él había
publicado numerosos trabajos comentando su influencia
en la
evolución de la Escuela Humanística centroeuropea,
conectada estrechamente con
la renovación espiritual y pedagógica recogida luego por
la Reforma Luterana.
Se indicaban en los trabajos
del profesor Madrid Castro las marcadas coincidencias de las primeras
escuelas
humanísticas y de los centros protestantes con aquellos otros
que, en principio, podrían
considerarse antagónicos:
los propiciados por la Contrarreforma, en particular
los fundados por la Compañía de Jesús.
Ocupábase también de la Escuela Latina en la
Península Ibérica, y más
concretamente de los centros de la Compañía de
Jesús en el sur de España. El
estudio de los ejemplares impresos procedentes de las bibliotecas de
los
colegios jesuíticos de esta región le permitió
calibrar la importancia de la
poesía bucólica en la formación literaria de la
juventud entre los siglos XVI y
XVIII, así como determinar el peso específico de autores
y obras de este género
empleados en la docencia, como la Adolescentia del Mantuano. Me
comentaba también una última hipótesis suya,
aún por confirmar, que era la
influencia del monje carmelita en Miguel de Cervantes,
quien suponía que podía haber realizado
estudios de Latinidad con los jesuitas de Córdoba.
Pero
en segundo lugar, el profesor Mariano
Madrid, fue un docente; y yo diría que fue docente,
principalmente, porque no
se resignaba a contemplar que hubiera gente sepultada en esa enfermedad
que él
consideraba tan espantosa, cual es la falta de cultura. No le gustaba la situación actual de la
educación en
España. “La enseñanza secundaria,
tradicionalmente llamada media –
escribía en un artículo–, supone la
columna vertebral del sistema educativo por ofrecer una
formación general que
predispone de forma decisiva para los estudios posteriores. El descenso
del
número de universitarios y del nivel científico entre la
población tiene una de
sus causas principales en la situación actual de la
enseñanza secundaria. El
estado deficiente de este tramo de la educación supone la
razón principal
del deterioro de todo el sistema.” Le
dolía especialmente la devaluación de la enseñanza
pública que motivaba la
huida de un porcentaje elevado de alumnos hacia los centros privados. A
pesar
de la situación descrita, “la calidad del
sistema educativo –insistía– será
siempre objeto de búsqueda incansable por una parte no
despreciable de la
sociedad, pues esa calidad no redunda en beneficio de unos pocos, sino
en
beneficio de todos.”
Estaba convencido de que todo el que
enseña, también y simultáneamente, aprende, y
valoraba enormemente los diálogos
con sus alumnos y con sus compañeros. Defensor a capa y espada
de los estudios
humanísticos, aunque abierto al espíritu de las Ciencias
de la Naturaleza,
reconocía lo inapropiado de una
morbosa
aplicación de la metodología científica a
cualquier rama del saber, siendo muy
crítico con las pseudociencias y
recomendando una lectura atenta de los clásicos para descubrir
en ellos
respuestas a problemas, que por eternos, siguen siendo actuales.
Nos acercaba el mundo clásico con
actividades diversas, como cuando escenificaba en el gimnasio del
centro
comidas romanas que poco tenían que envidiar a las muy famosas
de la localidad
de Almedinilla, que también nos dio a conocer, y en las que
solía aparecer
vestido con blanca túnica. Consciente de
su importancia creciente,
impulsó decididamente en nuestro instituto la enseñanza
del alemán como segunda
lengua extranjera junto al francés. A él y a su
empeño debemos que el instituto
Fray Luis sea uno de los pocos de la provincia de Granada donde se
imparte esta
materia.
En tercer lugar, Mariano Madrid fue un
batallador. Compartí con él militancia en la
Asociación de Catedráticos de
Instituto de Andalucía, de la que él había sido
nombrado recientemente
Presidente. Con él asistí a diversas entrevistas con
responsables políticos de
educación y, juntos, lanzamos algunas campañas en prensa
en pro de una enseñanza
pública mejor. Reconocía el
carácter testimonial de la actividad en
una asociación, como la nuestra, tan escasa de asociados
y con tan
paupérrimos recursos, frente al poderío arrollador de la
administración
educativa y de los partidos políticos, que no siempre son
sensibles a las
demandas de otros órganos de la
sociedad
con vida y puntos de vista propios, y
cuyas opiniones no suelen ser tenidas en cuenta. Pero no perdía
la fe en
aportar un pequeño grano de arena en defensa de un sistema
público que quería de
la máxima calidad.
El último día que charlé con él, en el hospital, me comentaba emocionado las
palabras agradecidas que Leonard Cohen dedicó a su
enigmático y malogrado
maestro español de guitarra en el acto en que le concedieron el
premio Príncipe
de Asturias. Y a propósito de Leonard Cohen, yo creo que Mariano
compartía con
el cantautor canadiense, la consigna de que aunque estemos convencidos
de que
nada cambia, es importante actuar como si no lo supiéramos. Yo
sé que ésta era
una de sus estrategias de batalla. Otra estrategia la había
tomado del poeta
latino Horacio, y consistía en decir la verdad, pero, en decirla
sin
irritación; pues, al igual que el vate clásico, se
preguntaba: ¿Qué impide
decir la verdad con humor? Todos sabéis que el humor era una
característica
definitoria de Mariano. Al igual que nuestro paisano Ángel
Ganivet, había
descubierto que las ideas, antes de lanzarlas como armas de sectario,
conviene
redondearlas, limarle las agudezas que hieren y convertirlas así
en lo que el
pensador granadino llamaba ideas redondas.
Mariano Madrid hoy nos
sigue
acompañando por medio del recuerdo y por el testimonio de su
vida que, entenderéis
todos, no se limitaba tan solo a los
aspectos que yo he señalado. Lo más importante de ella,
como
comprenderéis, lo vivió con
sus seres
más próximos: con su esposa María del Mar
(aquí presente), con sus dos hijos,
con sus hermanos y familiares
cercanos (algunos
de los cuales nos acompañan
también hoy).
Quisiera,
finalmente, dedicar también unas palabras para evocar algunos recuerdos y reflexiones que me suscitan los
últimos meses de su vida entre nosotros; para mí, una
especie de epílogo en el
que llegué a conocerlo un poco más y, sobre todo,
llegué a conocer algo más de
su personalidad más auténtica.
Pues sí: nuestro compañero,
nuestro profesor, nuestro amigo Mariano, un día, como él
decía queriendo restar
dramatismo a la grave enfermedad que le diagnosticaron, se nos puso
“malillo”;
y se nos fue yendo. En los días que
pude
verle, antes de que su deterioro físico fuera más
patente; en los correos y whatsapp con los que luego continuamos la
comunicación, los mensajes y noticias que
intercambiábamos por medio de su
primo Manolo; en lo que me rozó su última andadura vital,
os puedo decir que en
ella se me reveló mucho de la persona que antes yo no
había acertado del
todo a ver. Porque la persona que somos
se esconde muchas veces detrás del personaje que representamos.
Y de esta
duplicidad tramposa me advertía
últimamente Mariano cuando me contaba que había cosas y
actuaciones de las que
se arrepentía; que en la vida no conviene encerrarse en
parapetos de
ofuscación, y que hay batallas que sólo hacen daño
y que no conviene siquiera
iniciar. Me decía que hay que ser más sensible al
cariño que los demás nos dan
que a los roces o pequeñas heridas que, sin ser plenamente
conscientes, nos
causamos unos a otros, dentro de nuestras grandes limitaciones e
imperfecciones. Pues valen más las personas que los personajes
que éstas
representan.
Mariano era hombre con estilo y
lo mostró plenamente en su lucha final. Sencillamente, sin
aspaviento alguno,
sin quejas ni lamentos, sin reunir gente en torno de su lecho, sin
hacer
espectáculo de su dolor; con buen espíritu y
ánimo; dejando que la vida fluyera
a su lado con toda la normalidad posible,
se nos fue yendo poco a poco.
Desde
los credos y apuestas personales diferentes de cada uno de nosotros,
creo que
podremos coincidir, no obstante, en que
ni el yo ni el tú de una relación desaparecen totalmente
cuando lo contingente
de nuestra vida ha sido trascendido por momentos de profundidad
auténtica. La memoria
de los seres queridos nos
vivifica y ellos siguen presentes en nuestro recuerdo y en nuestro
cariño, pues
todas las arremetidas generosas que
acometemos trascienden el sueño de la vida y, como profetizaba
Unamuno –el gran
rebelde ante la muerte – nada pasa, nada se disipa, nada se anonada;
porque la
muerte no triunfa de la vida con la muerte de ésta.
Que esta placa que hoy dedicamos al profesor, al
compañero, a
nuestro amigo Mariano Madrid, sirva
para expresar la vigencia permanente de este pequeño homenaje
que hoy hemos querido dedicarle. Mariano, ciertamente,
continúa entre nosotros.
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