EL LIBRO BLANCO DE LA PROFESIÓN DOCENTE (Artículo publicado el 23-12-2015 en IDEAL) |
Un
libro blanco es un documento que enuncia los principios definitorios de
una
acción política de alcance, manifestando una
intención clara y predefinida en
relación a los cambios que el gobierno piensa introducir en una
nueva
legislación. Pero en un asunto tan importante como lo es el de
la educación en
España y que, por otro lado, tan necesitado está de
proyectos compartidos y
duraderos, hubiera sido preferible otro tipo de documento más
abierto al
contraste de pareceres. Desde
nuestro punto de vista, las propuestas
del documento nacen de un diagnóstico muy parcial y ofrecen unas
soluciones
sesgadas y poco eficaces para los problemas que aquejan a la mal
llamada
“enseñanza no universitaria”: Para
empezar, y por medio de una afirmación rotunda y definitoria del
cariz de todo
el documento, se le endosa, ya de entrada, al docente casi toda la
responsabilidad del éxito o del fracaso del rumbo que tome el
sistema
educativo: "La
transformación
educativa empieza en el humilde y transcendental escenario de una
clase, se
funda en la calidad del docente, que influye sobre el desempeño
de los alumnos
más que cualquier otra variable escolar". No se plantean
otro tipo de
cuestiones, como que harían falta docentes de calidad realmente
egregia para
que, en los deslustrados – más que humildes – escenarios en que
una mala
política educativa convierte, a veces, a las aulas, sus
esfuerzos puedan producir
algo realmente trascendente y transformador. El dogmatismo doctrinario
de la
izquierda y los complejos múltiples de la derecha han impedido
que se acometa
en profundidad una revisión de las estrategias educativas que
han provocado una
pérdida de confianza en la calidad de la enseñanza
pública y una injusta
distribución de las opciones a la excelencia que, en
función de su ubicación
social, tiene el alumnado. Otra cuestión de
enorme gravedad
en el documento, y que se viene arrastrando desde la
implantación de la LOGSE,
es la no diferenciación
entre enseñanza
primaria y enseñanza secundaria. A todos los
que no impartimos docencia en la Universidad se nos
sitúa en una
indiscriminada "enseñanza no universitaria" y, consecuentemente,
a la
hora de definir la cuestionada profesión docente, tampoco se
matiza dónde hay
que poner el acento formativo en cada etapa: un maestro de primaria, un
profesor de filología latina, o un profesor de química,
son profesionales de la
docencia. Pero no se tiene en cuenta que quienes enseñan
filología latina, o
quienes enseñan química, han de ser, ante todo, profundos
conocedores de su
materia, y cuentan –o deben contar en la etapa secundaria– con que las
bases
del aprendizaje de cualquier materia específica han sido puestas
por el
profesional en cuestiones generales de aprendizaje, que es el de la
etapa anterior,
el maestro de primaria. Ello no significa, claro está, que en la
etapa
secundaria el docente haya de prescindir de recursos
pedagógicos, pero se
despacha apresuradamente a los críticos
"antipedagógicos", para los
que, se dice, "la profesión docente carece de la
definición y entidad
que tienen otras profesiones”.
Resulta pertinente traer a colación la crítica de Mario Bunge a quienes
aseguran que el modo de enseñar es más importante que lo
que se enseña. El
epistemólogo argentino no tiene ningún recato en
señalar a éstos como los
peores enemigos de la educación, aduciendo que «quien
desconoce algo no puede
enseñarlo, y quien lo sabe a medias solo puede enseñarlo
mal». En relación con la
evaluación del profesorado, para el Libro
Blanco, "resulta imprescindible elaborar unos criterios
transparentes,
objetivos e imparciales de evaluación, cuyas parámetros
esenciales serían los
siguientes: El
análisis del portfolio del docente; el
progreso educativo de los alumnos; la observación del docente en
el aula; la evaluación
de los resultados del Centro. Y también: La opinión de
los alumnos; la relación
del docente con las familias de los alumnos; la participación
del profesor en
actividades del Centro; la evaluación por parte del claustro”. Juzguen ustedes de la
objetividad
y la peligrosidad de algunos de estos criterios. Por
último, el documento considera que “se
deben premiar los méritos profesionales y que debe haber un
conjunto de
incentivos que animen a la excelencia” Y es que, últimamente, hay muchos que
andan empeñados en calibrar la calidad de un profesorado que
está siempre bajo
sospecha de irresponsabilidad y de preparación
escasa, para,
a
continuación, ofrecerle algún estímulo dinerario.
De acuerdo en que hay que
incentivar una carrera docente, hoy día casi inexistente, para
lo cual se
hace necesaria una valoración
rigurosa
del conocimiento y del mérito. Pero
mucho cuidado con los incentivos económicos: los que desconocen,
o han
olvidado, cómo se respira en los claustros de profesores y
qué es lo que realmente
motiva y desmotiva al profesorado, los fanáticos
cuantificadores, ignoran que a
veces los incentivos económicos y explícitos dañan
a aquellos otros incentivos
de índole axiológica, cuyo carácter ético
hace que sean consustanciales con una
amorosa dedicación vocacional y vayan implícitos en ella.
Nuestra sociedad
materialista, adoradora de Mammon quiere poner a todo una etiqueta con
un
precio tasado; desconfía de lo gratuito e ignora los valores
inmateriales. La
íntima satisfacción por el deber cumplido suena a
antigualla beata, y se piensa
que todos los desaguisados puede y tiene que arreglarlos un
versátil profesor,
al que el rey Midas de turno pretende dejar vacío de
motivaciones más hondas
transmutándoselas en oro falso.
Desearíamos que este Libro Blanco de
nuestro colega José Antonio Marina
diera
algún fruto provechoso, duradero y eficaz, pero nos tememos que,
dada su
parcialidad, y su vacuidad en muchos aspectos, no sea más que
otro armatoste,
inútil y mostrenco, como ese diplodocus al que el profesor
quería despertar.
José
Ignacio Moreno Gómez
Tesorero y responsable de
Comunicación de la Asociación
de Catedráticos de Instituto de Andalucía-ANCABA. Catedrático de Física y Química |