A la atención de la Asociación de Catedráticos de Andalucía "Antonio Machado"

           

                Estimados compañeros:

 

                Me complace comunicaros que el pasado 13 de Enero de 2006 tuvo lugar, en el Salón de Actos de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, de Jaén, la presentación oficial de mi Gramática gráfica al juampedrino modo, la cual fue llevada a cabo por D. Juan Antonio Moya Corral, Catedrático de Lengua Española de la Universidad de Granada.

 

No se trata, evidentemente, de una obra académica al uso pues persigue un afán más didáctico que científico a la usanza universitaria; tampoco se trata de otro nuevo libro de texto más: ni lo es, ni lo persigue, ni será nunca reconvertido en ello, ya que su pretensión no es tal sino convertirse en una especie de libro de cabecera para el profesor de Lengua o para el alumno interesado, a los que permita disponer de una estructuración férrea y gráfica de los conceptos lingüísticos para su uso particular o docente. Casi podría decirse que se asemeja a esa organización ideal de conceptos que todo amante de un campo de conocimiento desearía tener en su mente; o que se parece a ese librillo de maestrillo que todo profesor  lleva dentro, pero ya impreso, y con ejercicios y gráficos y esquemas y todo listos para su uso; o a esos claros y diáfanos apuntes estudiados una y otra vez a los que nos lanzamos certeramente en busca de una duda o de un olvido,...

 

                De lo que sí se trata es de un intento serio, razonado y experimentado por conseguir para la desastrosa enseñanza actual de la Lengua una suerte de libro recopilatorio que permita por fin, así de simple y así de triste, poder enseñar de nuevo el español en las aulas, ámbito en el que –si no atajamos el mal cuanto antes- se acabará muy pronto por no poder enseñar ni Ortografía en la Secundaria ni Sintaxis en la Universitaria. De lo que sí se trata es de un experimentado, razonado y serio intento por plasmar sobre el papel una organización conceptual y terminológica de la lengua española capaz de lograr con eficacia que los pocos o muchos conceptos lingüísticos que puedan impartirse hoy día en las aulas actuales no caigan en el saco roto del marasmo educativo en que se ha convertido la enseñanza de la lengua castellana (y, por efecto rebote, la enseñanza de cualquier conocimiento en general), situación calamitosa a la que se ha abocado por razones harto conocidas y sufridas por todos y que acabará en un par de generaciones con la cultura nacional si no se pone pronto fin al creciente declive en que todos resbalamos.

 

                La salida a tal situación pasa por reconocer sin sonrojos que, como producto de las progresivas carencias de base en el alumnado y del ambiente hostil al conocimiento que se respiran en las aulas, ni se utiliza ni puede ser utilizado por el profesor de Lengua un método adecuado para enseñar artificialmente aquello que se supone ya aprendido naturalmente por todo adolescente castellano. En efecto, el método utilizado hasta ahora para la enseñanza de la Lengua (salvo excepciones apenas divulgadas) se ha tenido que basar durante los últimos años y de modo casi exclusivo en el uso de un colorista libro de texto totalmente inadecuado para impartir un objeto de conocimiento tan atípico como es la lengua materna: cuando a otras disciplinas se refieren, los nuevos libros de texto nacidos para la ESO tal vez cumplan su función, pero son desaconsejables (cuando no contraproducentes) en la enseñanza de materia tan abstracta y sutil como la Lengua. El libro de texto de Lengua (y sálvese quien pueda) se convirtió demasiado pronto tanto en la única arma utilizable en un aula generalmente problemática como en un inepto material que, además de ser un estorbo para cada librillo del maestro, empezó a repartir sin lógica alguna y como con cuentagotas conceptos gramaticales desparramados al tuntún en unidades alternadas con Literatura y estructuradas del modo más rocambolesco que pueda imaginarse para conseguir, en el mejor de los casos, una mezcolanza conceptual incapaz de enseñar al alumnado ni un mínimo de Ortografía, cuánto menos una mínima calidad de expresión.

 

Esta carencia de eficacia del libro de texto de Lengua nunca será reconocida por las editoriales y tal vez no sea captada por el alumno o su familia, pero es incuestionablemente percibida con toda su impotencia por el profesor de Lengua, que se encuentra como trabado ante su disciplina por un librito muy bonito que en nueve meses no es capaz de enseñar a quien lo siga ni a hablar correctamente ni a entender lo que le hablan. Ello ha ido provocando que la enseñanza de la lengua en la ESO se haya reducido en nuestro país a aprender o a practicar una regla de la b, dos sinónimos, tres verbos irregulares, cuatro noticias periodísticas y cinco redacciones ilegibles, lo que ha copado todo el tiempo disponible y, por ende, impedido que pudieran ser abordadas cuestiones tales como, por ejemplo, la correcta construcción de las oraciones (vulgarmente llamada “sintaxis”), impedimento que ha provocado en el alumnado una absoluta incapacidad de comprensión y de expresión en su propia lengua. De aquí a no comprender ni poder expresar cualquier concepto matemático o histórico o literario o de otro idioma sólo hay un paso: el del abismo, precisamente.

 

                Se trata, pues, de sintaxis, y con ella hemos topado. ¿Y qué será eso de la “sintaxis”? La Sintaxis, para que se entienda de una vez y pronto, no es otra cosa que el secreto que tiene una lengua para hablar, escribir y comprender bien. Con un solo ejemplo gráfico se comprenderá su valor: escribamos en la pizarra la frase “Un cura de Sevilla vive en Málaga”; puede asegurarse, por ridículo que parezca, que muchísimos alumnos no llegarán nunca a discernir si el cura aludido es sevillano o malagueño a partir de esa frase hasta que no se les haya hecho captar a través de la Sintaxis que “de Sevilla” es un CDet y “en Málaga” es un CCL y no al revés. Pero meter esa simpleza hoy día en una cabeza adolescente siguiendo la metodología de los libros de texto actuales se ha convertido en algo casi imposible, lo que ha acarreado que la Sintaxis se convierta a su vez, y por consiguiente, en el ogro de la asignatura de Lengua, pero no por su complejidad sino por el escasísimo nivel de conocimientos morfosintácticos que suele caracterizar ya al alumno de la ESO. El caso es que la pescadilla se muerde la cola y se desemboca en que ni en la misma clase de Lengua se enseña o aprende lengua (=sintaxis) sino cuatro florituras ortográficas o semánticas o textuales de nulo valor expresivo en sí mismas si no van a la vez amalgamadas por ella. Se convierte así la Sintaxis en la gran ausente de las clases de Lengua puesto que o se le dedica un mínimo tiempo, o se la atomiza en mil ejercicios desperdigados, o se deja para el final si da tiempo, o se la rehúye sin más por considerarla inalcanzable, o inaprensible, o “inenseñable”. Se convierte, así también, la clase de Lengua  en el estudio de algunos conceptos de otra más de las asignaturas del currículo, en el estudio de algunos aspectos llamativos de la lengua, en el estudio de un cuerpo sin su alma, en el estudio de una lengua muerta incapaz de dar vida a las restantes disciplinas impartidas. Y eso en el mejor de los casos, claro está, cuando entre la veintena larga de alumnos no acapare la mitad de la clase el pobre alumno de apoyo que sólo ve en el aula una condena hasta los 16 años.

 

El parche que supuso la implantación de las clases de Refuerzo de Lengua demostró desde el primer día su ineficacia al comprobarse que la lengua no precisa ser enseñada con más horas sino de otro modo. Y es que de nada valen los cambios de tercio en el sistema educativo: si de verdad se quiere derribar al toro nacional de la incultura y la zafiedad se ha de salir directamente al ruedo y se verá que ahí, frente al toro, en un centro cualquiera, en un curso cualquiera, en una hora de Lengua cualquiera, está el verdadero problema: en esa hora lectiva impartida en cualquier instituto español el alumno aprende (si él quiere, que esa es la otra) que coche se escribe con c, que la baca del coche tiene un homónimo con cuernos, que el coche contamina ecológicamente aunque menos que las motos, que Sancho Panza no tenía coche sino burro, pero no aprende de ninguna de las maneras cómo se mueven las ruedas de los coches. En la siguiente parada, en la clase de Matemáticas por ejemplo, el coche ha de quedar inevitablemente aparcado y no puede ser utilizado para transitar por los entresijos conceptuales de las sumas, quebrados, ecuaciones,... Y así sucesivamente durante todo el trayecto mañanero por Sociales, Naturales, Inglés o Tecnología,... Y así un año y otro, un curso y otro más, en una absurda promoción automática, cronológica y vital tan nula en la cultura como en los valores humanos.

 

Si tan mal nos va, tal vez el nuevo modo de enseñar la lengua haya de acercarse precisamente a lo contrario de lo que suele hacerse. Con otro ejemplo bastará: intente el profesor, en un día que considere oportuno, sea del trimestre que sea, partir del cero absoluto y dedicar diez clases seguidas a aprender el método de análisis sintáctico que aparece en la lección 16ª de nuestra gramática (o su versión electrónica en la página web www.sintaxisjuampedrina.com ). Seguir ese método le debería permitir, al undécimo día, copiar en la pizarra y analizar completamente una frase como “Un hombre alto y vago bajó ayer el bajo precio de un bajo que tenía bajo su vivienda”. Descubriría entonces que la retahíla de conceptos lingüísticos que el alumno medio tendría asimilados sería más que llamativa pero no tan sorprendente como la infinita cantidad de puertas que encontraría ya abiertas para circular a sus anchas por la lengua/Lengua. Aunque tal vez sea ya tarde.


                                              Juan Pedro Rodríguez


Profesor de Instituto